Los taitas nos conectan con la ancestralidad

Para escribir este artículo, hice un descubrimiento que seguramente hará sorprender a muchos de los que asumíamos que la palabra «taita» proviene del inga y del quechua. En realidad es una palabra europea del antiguo latín y ciertamente de las más antiguas lenguas célticas:

Julius Pokorny fue un incansable investigador de las lenguas celtas y plantea que en Europa, mucho antes del latín y del griego, existía una lengua raíz a la que se ha denominado Proto Indoeuropea. El estudioso Julius Pokorny, en su diccionario dedicado a la etimología de esta lengua ubica la voz indoeuropea o celta ‘taita’ (padre), como el origen del griego ‘τέττα’, del albanés ‘tatë’, del latín ‘tata’, del galés ‘tad’, del córnico (lengua celta de la península de Cornualles en el extremo suroccidental de Inglaterra) ‘tat’, del letón ‘tẽta’, del lituano ‘tẽtis’, ‘tẽtë’, del ruso ‘та́та’, del noruego ’taate’. En estos y otros idiomas, la voz derivada mantiene el significado de padre.

José Luís Martín Galindo, 2016.

Y aquí:

Muchos habitantes de los Andes, quichuahablantes o hispanohablantes que sienten la influencia de la lengua indígena en el español, piensan que nuestra palabra “taita” (padre) es un préstamo del quichua. Pero es al revés. Originalmente, el quichua tenía la palabra “yaya” para designar al padre. Pero luego tomó un préstamo del español, quizá por el mayor respeto que merecía el padre en una sociedad machista o por temor al taita cura. El respeto era de antes, porque ahora se usa en el habla diaria. Por ejemplo, un adolescente advertirá a sus amigos antes de entrar a su casa: “Mi taita es jodido”.

Edwin Hidalgo, 2018.

Obvio que esta aclaración no resta al sentido ancestral que nuestros pueblos indígenas y mestizos sudamericanos le han querido dar al término, por ejemplo en canciones como «Taita Inti, Padre Sol». En Colombia, el uso familiar de Taita se da especialmente en la región andina oriental, en departamentos como Cundinamarca y Boyacá, para referirse al padre o al abuelo de manera respetuosa y cariñosa. Pero con el resurgimiento de las medicinas tradicionales entre las comunidades ancestrales, especialmente en la Amazonía colombiana, la palabra comenzó a utilizarse para los que antes se conocían en sentido general como «curaca» en el imperio incaico, quien era el jefe o gobernador de un ayllu (del quechua «comunidad»), el cual organizaba las tareas agrícolas, hacía de juez y consejero, administraba los bienes y dirigía rituales y ceremonias. Con la invasión española de Tawantin suyu (el Imperio Incaico o las Cuatro Regiones), los conquistadores utilizaron extensivamente a los curacas como la autoridad para dominar al pueblo y dicha palabra la utilizaron más allá de las fronteras culturales quechuas, como en la Amazonía y en Colombia. De esta manera, la palabra curaca adquirió un sentido amplio y confuso, al igual que la palabra taína «cacique» y, en muchas ocasiones, de las lenguas tungúsicas de Siberia «chamán» (el que sabe). Lo más correcto sería llamar al curaca, taita o chamán con la palabra que corresponde en su propia lengua ancestral. Por ejemplo, entre los siona, la palabra es «yai bain», que traduce la gente tigre o el que sabe.

Los desastrosos eventos de la conquista, la destrucción cultural y social de la colonia y las evangelizaciones, la esclavitud de los caucheros y en tiempos más recientes el incendio del narcotráfico y la guerra contra las drogas, han hecho que todos los pueblos indígenas, en sus luchas de resistencia y supervivencia, busquen siempre entre sus comunidades a aquellos hombres y mujeres, por lo general ancianos, para que sean una guía espiritual. La acción de la invasión de los territorios ancestrales y el propósito de imponer religiones, han hecho que la figura antigua del curaca y sus respectivos líderes de la comunidad, se divida entre aquellos que guían a la comunidad desde el punto de vista político (por ejemplo, los gobernadores o caciques) y los que se dedican a la parte espiritual y de medicina ancestral (chamanes o taitas). En los procesos de colonización europea – los cuales no terminan con el respectivo nacimiento de repúblicas independientes en el hemisferio occidental, sino que continúa con el dominio social, cultural y político de grupos hegemónicos conectados con Europa y de espaldas a los grupos mestizos, afroamericanos e indígenas, se imponen siempre las maneras de organización política y administrativa copiadas de los dominadores y se ignora o se tiene por primitivo las formas organizativas ancestrales. Por ejemplo, los colonizadores europeos desde el siglo XVI impusieron sociedades patriarcales sobre formas culturales matriarcales de nuestras antiguas sociedades indígenas.

La palabra «chamán» es una generalización occidental sobre los pueblos conectados a la naturaleza y a un mundo mítico-espiritual muy particular de cada uno de ellos, según la perspectiva de antropólogos occidentales, quienes hicieron sus observaciones de pueblos siberianos. La palabra chamán proviene de la lengua manchuria-tungus transcrita šaman, en la cual el verbo ša traduce «saber» y que da literalmente «el que sabe», lo que incluye hombres, mujeres, transgénero e incluso niños y jóvenes. Las observaciones de este fenómeno en los pueblos siberianos hizo que los antropólogos encontraran las correspondencias en otros continentes como África, Oceanía y en las Américas. Si bien es un fenómenos conectado con los arquetipos humanos en todas las culturas, la caza, los ritos de iniciación, los contactos con fenómenos sobrenaturales, el sacerdocio en las diferentes religiones, la brujería, la magia, el encantamiento, le veneración a los ancestros, es necesario hacer un estudio serio y con cada comunidad para tratar de intentar un acercamiento objetivo. El uso indistinto de la palabra «chamán» en cada pueblo puede contener una generalización que no justifica a muchos elementos.

La palabra «chamán» en Colombia tiene un sentido impreciso, en donde algunos pueblos la entienden como algo negativo o relacionado con brujería, esta última palabra de mucha confusión y diferentes significados. Con el advenimiento del neo-chamanismo (otro tema controvertido y extenso), la influencia de la nueva era y el surgimiento del indigenismo, se le da un sentido más santo y heroico al curaca o chamán como un personaje amoroso que acompaña a los mundos sobrenaturales con su sabiduría y experiencia. No vamos a profundizar ahora en el tema del neo-chamanismo y todo lo que ello conlleva. Pero nos quedamos en el sentido contemporáneo que el Taita como sucesor del antiguo curaca, adquiere en la sociedad colombiana y suramericana en general. El Taita que se nos presenta como una autoridad masculina según las tradicionales patriarcales españolas, se integra a la figura del antigua curaca como heredero de los conocimientos ancestrales chamánicos y un sentido paternal frente a su comunidad o tribu. El auténtico guía de la comunidad indígena no es el cacique o gobernador, quien se encarga de comunicar al pueblo con las estructuras del poder colonial, sino el taita como poseedor legítimo de la ciencia y tradición antigua. Este nombre, Taita, se comienza a utilizar indistintamente por todos los pueblos indígenas colombianos como un término franco que señala una realidad similar: El ancestral curaca, encargado de guiar al pueblo desde sus quehaceres cotidianos, la caza y la pesca, la salud física, mental y espiritual, hasta el combate o la iniciación en los mundos espirituales con los trances, las visiones, las revelaciones, los arrobamientos y exaltaciones y la iluminación.

El Taita como un hombre o una mujer común y corriente, dentro de las comunidades indígenas colombianas es siempre un campesino, uno más del pueblo, aunque con el ingreso de las nuevas generaciones de indígenas a las universidades y tecnológicos, también está el Taita intelectual que es capaz de moverse entre el mundo científico occidental y el mundo chamánico, es quien conoce las plantas medicinales, los lugares de poder, los rituales correspondientes, quien puede ver – y este ver como un elemento que va más allá del ver físico de la vista humana, sino un ver que se asemeja más a la mención budista o hinduista del tercer ojo, de la intuición enaltecida.

Al mismo tiempo que el Taita colombiano o indígena se convierte en el faro y guía de su propia comunidad, este establece un puente con el resto de las sociedades de la nación y con elementos internacionales. El Taita comienza a representar la identidad de su pueblo particular y atrae a los indigenistas de otras latitudes, a los mestizos, a los extranjeros que sienten una fascinación por ese mundo que empiezan a ver como una alternativa al hambre de espiritualidad del mundo moderno.

Los mayores, como también son llamados, conectan ya no sólo a su pueblo, sino a otros, a otras tribus, entre ellas las tribus urbanas, los movimientos occidentales y la inquietud de muchos por buscar sus propias raíces. En todo esto, las plantas sagradas o plantas medicinales juegan un rol primordial. Estas generan álgidos debates entre incrédulos e iniciados, entre científicos y chamanes, entre lo occidental y lo oriental, lo urbano y lo indígena.

En los mayores vemos el espíritu de los ancestros, especialmente de aquellos que en el pasado fueron combatidos por los procesos trágicos de la colonización, de la negación cultural, de la marginación de las tradiciones milenarias engullidas por una concepción única del mundo. El Taita y lo que representa, como gurú, como sacerdote indígena, como maestro iluminado, con su sencillez y su experiencia en sus contactos con la naturaleza, es el gancho que necesitamos para recuperar lo perdido, para rescatar lo que necesitamos en nuestro tiempo. El Taita en sí es un patrimonio material e inmaterial no sólo de sus pueblos particulares (siona, inga, quechua, kamtsá…), sino de todo el panorama nacional colombiano y sudamericano y por eso necesita todo el apoyo, protección y estudio, para que las próximas generaciones ya no vean sólo el pasado como una historia de negaciones, sino también de luchas por recuperar, regresar, recomenzar y proteger la lengua, las tradiciones y ese encuentro espiritual con la Madre Tierra que muchos ven como mágico, legendario o supersticioso, pero que es en realidad la expresión de los cabellos de Dios en su Creación.

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